Existe un dicho en el inconsciente popular que cita: “Todas las comparaciones son odiosas”, y lo son. Compararnos con el otro nos aleja cada vez más de la felicidad y termina siendo incluso absurdo, ya que es imposible medirnos en comparación con otros, porque cada uno de nosotros es un ser un único e irrepetible, con una genética e historia particular que determina diferencias a nivel emocional, cognitivo, conductual y volitivo.

Pese a ello, desde muy pequeños nuestra sociedad constantemente nos incentiva a medir nuestros logros y cualidades con las del vecino, y es este uno de los principales causantes de nuestra infelicidad y trastornos psicológicos.
Tal como indicaba Albert Ellis, basar nuestro valor personal general en capacidades y cualidades situacionales, como sacar buenas notas, tener un rostro atractivo, bailar con ritmo, etc; es una fuente de valoración vacilante que podrían perderse al decrecer esta capacidad o cualidad, y por tanto la valoración positiva se iría con ellas, dejándonos entonces ante una desvalorización peligrosa, elemento central de las depresiones y factor integrante de la ansiedad.

De esta forma Ellis propone el concepto de “autoaceptación” que busca lograr «el amor incondicional a nosotros mismos», es decir querernos y valorarnos por el hecho de existir y ser, sin calificarnos en ninguna escala de valores, ni basándonos el características o posesiones temporales. Y es de esta forma cuando encontremos una aceptación personal, libre de condiciones, auto-clasificaciones, valoraciones y comparaciones con otros individuos, simplemente valorándonos por el hecho de ser humanos y valiosos por nuestra misma naturaleza.

En el camino a la autoaceptación hay que tomar en cuenta tres elementos básicos, propuestos por Ellis:

    1. Nadie tiene éxito en todo, ni fracasa en todo, y es imposible asignar un valor «general» a una persona como tal. («Ni sobrehumanos, ni subhumanos, simplemente: humanos»).
    2. Lo apropiado es calificar a las acciones y no a las personas.
    3. La opinión de otros no puede modificar lo que realmente somos.

Isabel Solís
Psicoterapeuta

 

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