En nuestra sociedad se premia al rápido, al que no demuestra debilidad, al que llora poco y siempre está presto a cumplir con lo encomendado, esto nos es inculcado desde niños y lo acarreamos y dogmatizamos en nuestra vida adulta.
Es así como los introyectos de perfección se instauran en nosotros, y lo que en algún momento fueron exigencias externas de los adultos de nuestro alrededor, ahora es nuestra propia voz interna que nos presiona a jamás fallar, nos critica fuertemente si no estamos ocupando el primer lugar o si nos derrumbamos emocionalmente.
Esta búsqueda de la perfección puede llegar a ser muy angustiante e incluso derivar en un trastorno anancástico de la personalidad y dar pie a otros trastornos psicológicos como son los trastornos de ansiedad y del ánimo, ya que estas exigencias llevan a programar y anticiparse sugestivamente al futuro, y a frustrarse y deprimirse cuando esa visión idealizada no se lleva a cabo.
Y es que esta búsqueda por no fallar se antepone a nuestra tan humana naturaleza errática e imperfecta, ya que es adyacente al ser humano ser irracional, seguir nuestras emociones, buscar complacer nuestros placeres y fallar, fallar mucho.
Es importante hace un deslinde entre la perfección y la responsabilidad y eficiencia. En efecto si somos personas con gran capacidad y preparación en lo que hacemos, tendremos éxito en nuestros proyectos. No se trata de ser mediocres o flojos para ser felices, sino en no temer al fracaso, no pensar que se acaba el mundo si erramos o flaqueamos a nivel personal o profesional, y cuando podamos dejar de catastrofizar el fallo, el descontrol emocional y la imperfección en todas sus expresiones, estaremos paradójicamente más cerca de la estabilidad emocional y el éxito.